miércoles, 19 de febrero de 2014

Lienzo en blanco

Estábamos allí, uno enfrente del otro, en silencio, en un silencio de mentira. Es evidente que él gritaba. Daba voces con todas sus fuerzas para llenarse de alguna manera, porque se sentía vacío. Yo le miraba con atención, le escuchaba callada. Hay cosas que están hechas para hablar, otras para gritar, para cantar, o para permanecer silenciosas. Ninguno de los dos estábamos hechos de este último. El vacío nos incomodaba, nos envolvía y nos traspasaba con fiereza. Entrecerré los ojos, le vi borroso, y su grito aflojó en intensidad. Me dejé llevar por ese resquicio de paz y me permití vagar por la nada, negra, pequeña, inmensa. Silencio. Ruido. Gritaban, pero esa vez no era como antes. La que gritaba era yo. Era un grito sordo, metido en mi cabeza, abriéndose paso a codazos por entre mis pensamientos, empujando en las paredes de mi realidad. Seguía gritando. Apreté los párpados con más fuerza y todo se intensificó. Aquella voz gritona me pegaba desde dentro, intentaba destruir mi mente. Pero no era nada agresiva, por favor. Formaba figuras hermosas y danzaba, se expandía en cada movimiento con un sonido distinto. Ahora iba aquí, ahora allí, ahora giraba... No paraba quieta, y poco a poco dejé de ser consciente de mí misma. Yo era mi mente. Mi mente era un grito constante y feliz.
Abrí los ojos de golpe, casi sin darme cuenta. La tenue luz me cegó por unos instantes, pero allí estaba él todavía, solo que ya no gritaba. Silencio. Sonreí.

"Ciudad en el abismo (Re)"

No hay comentarios:

Publicar un comentario