jueves, 27 de febrero de 2014

La mujer del autobús


La mujer del autobús había dejado sus preocupaciones en el asiento. 
Aun con ella ya ausente, sus palabras flotaban en círculos alrededor de él, como un eco lejano. Parecía que la reclamaran. Pregonaban la presencia de la mujer durante esos minutos que había estado ahí sentada. Pero eso sólo podía verlo yo. Claro que sólo podía verlo yo. Nadie más había estado presente en realidad. Los que se encontraban alrededor estaban muy lejos. Peligrosamente lejos. ¿Quién, en su sano juicio, querría perderse cosas como esa? Ese momento en el que alguien abandona el sitio en el que se encuentra dejando tras de sí su propia persona en forma de palabras que atrapan tu pensamiento. Ese momento que, después de todo, te hace estar muy lejos. Peligrosamente lejos.  

miércoles, 19 de febrero de 2014

Lienzo en blanco

Estábamos allí, uno enfrente del otro, en silencio, en un silencio de mentira. Es evidente que él gritaba. Daba voces con todas sus fuerzas para llenarse de alguna manera, porque se sentía vacío. Yo le miraba con atención, le escuchaba callada. Hay cosas que están hechas para hablar, otras para gritar, para cantar, o para permanecer silenciosas. Ninguno de los dos estábamos hechos de este último. El vacío nos incomodaba, nos envolvía y nos traspasaba con fiereza. Entrecerré los ojos, le vi borroso, y su grito aflojó en intensidad. Me dejé llevar por ese resquicio de paz y me permití vagar por la nada, negra, pequeña, inmensa. Silencio. Ruido. Gritaban, pero esa vez no era como antes. La que gritaba era yo. Era un grito sordo, metido en mi cabeza, abriéndose paso a codazos por entre mis pensamientos, empujando en las paredes de mi realidad. Seguía gritando. Apreté los párpados con más fuerza y todo se intensificó. Aquella voz gritona me pegaba desde dentro, intentaba destruir mi mente. Pero no era nada agresiva, por favor. Formaba figuras hermosas y danzaba, se expandía en cada movimiento con un sonido distinto. Ahora iba aquí, ahora allí, ahora giraba... No paraba quieta, y poco a poco dejé de ser consciente de mí misma. Yo era mi mente. Mi mente era un grito constante y feliz.
Abrí los ojos de golpe, casi sin darme cuenta. La tenue luz me cegó por unos instantes, pero allí estaba él todavía, solo que ya no gritaba. Silencio. Sonreí.

"Ciudad en el abismo (Re)"

Una canción de otoño

Hoy ha caído la primera hoja del otoño.
Hace apenas unas semanas los árboles estaban abrigados por un manto de colores. Verde, amarillo, rojo, marrón. Todo un festival de tonalidades, una explosión de color, como la "Primavera" de Vivaldi, pero sin los fríos. Parece irónico que los colores no vayan acorde con el tiempo en el que están, en ese sentido se parecen a nosotros. También podríamos decir que nos parecemos en cuanto a lo dispares que son los colores entre ellos y lo parecidos que son algunos en el fondo. Y todos guardan cierta relación. ¿Cada persona es un color diferente? El mundo es un arcoiris de mil colores. Más de mil. Millones. Billones. El número más alto que exista si es que existe alguno.
Y hoy he visto caer el primer tono del otoño. Era una nota en decadencia, fina y clara. Oscilaba en el aire que la llevaba a dormir sobre los adoquines, bailaba al compás del viento buscando refugio en la firmeza del suelo, e iba sola. Sus compañeras la miraban desde las ramas, apenadas, y muchas amenazaban con ir tras ella, balanceándose hacia su hermana caída. Pero ella, silenciosa, las tranquilizaba con una nota, una sola nota, un "Do" grave y sonoro, un "Do" capaz de paralizar el mundo envolviéndolo en un sonido sordo.
El paisaje era sereno. Cualquiera que lo viera desde fuera no entendería la musicalidad de ese momento. No entendería la poesía con que ha dado comienzo el otoño. No entendería el baile que acababa de tener lugar entre las hojas que ahora se mueven siguiendo débiles ráfagas de viento.
No entendería que ha caído un color y de él ha surgido una historia con una canción.